No puede ser que todo sea malo, no puede ser que en todos lados se ande por mal

camino, no es posible no, estas afirmaciones que me llegaban a la conciencia de vez en cuando, tenía varias vías para encauzarla, la primera racionalización que hacía, era: «es la negación», mecanismo de defensa psicológico ante un evento inesperado, primitivo que consiste en negar la realidad. Digamos que el cerebro primitivo nos envía una señal que dice algo así «tío, replanteate las cosas, eso no está pasando», y luego nuestro cerebro racional comienza a buscar razones que nos llevan a justificar la negación, nos convencemos que el problema no existe y si no hay problema… no hay preocupación.
Lo que pasa con la negación es que un buen día la realidad se despierta cansada de que la ignores y te da un bofetón que te deja de baja varios días. Por ello es tan peligrosa la negación, herramienta que hacen servir muchos políticos hoy en día. Y hay que estar alerta, cuando decimos que se trata de una falsa alarma, que de verdad no haya un incendio y acabemos quemados.
Pero no era de ello de lo que quería hablar, estoy acabando el libro de Moisés Naím, «El

fin del poder» aunque el título da miedo y cuando lo compras ya vas esperando a leerlo pensando en el desastre que significaría que no hubiesen gobiernos, en saqueos colectivos, en falta de protección de la propiedad privada, más con la tasa de paro española, cuando lo lees, te das cuenta que el mensaje es más bien optimista.
Y es que es una realidad al poder cada vez le cuesta más tomar decisiones, tal vez por ello nuestro presidente da ruedas de prensa detrás de una pantalla plana, no lo sé, pero el autor habla de tres revoluciones, bien documentadas además, que son globales y que cada vez aumentan la pluralidad de las influencias para tomar una decisión desde el poder, lo que lo limita grandemente.
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