
Se trata de una enfermedad a quien una vez Gonzalez Merlo (Un conocido ginecólogo español) denominó «el asesino de la paciente ginecológica». Al contrario de lo que se suele pensar se trata de una patología con una historia natural indolente, larga en el tiempo. Históricamente se estableció que se comportaba como una enfermedad de transmisión sexual, ocurría en mujeres que habían tenido múltiples parejas sexuales, múltiples embarazos, con más riesgo las que habían tenido hijos de padres diferentes, e inclusive se pudo establecer cierto efecto protector de la circuncisión masculina dada la poca incidencia de ésta enfermedad en etnias donde éste procedimiento es ritual.
La investigación científica al final estableció que éstos hallazgos epidemiológicos no eran más que asociación con comportamientos culturales en relación a hábitos sexuales, que hacen o permiten la diseminación de ciertas cepas de un virus que se denomina virus papiloma humano (VPH o HPV por sus siglas en inglés).
Se pudo demostrar que la infección por el virus era una condición necesaria para el desarrollo del cáncer, es decir que en todas las pacientes con cáncer de cuello uterino tenían alguna cepa de las llamadas oncogenéticas (Capaces de desarrollar cáncer) del mencionado virus, pero además se puso en evidencia que la misma infección no era suficiente para desarrollar la enfermedad, es decir, que la mayoría de las que padecen la infección por el virus, nunca llegarán a desarrollar un cáncer.
El hecho de que sea una condición necesaria es lo que ha impulsado la creación de vacunas contra el virus que ya están protocolizadas en muchos países, dentro de los esquemas de inmunización, aunque lamentablemente en los países donde hace más falta, su coste impide la aplicación masiva, que son los países donde no se realizan citologias de cribado.
Hablando de citologias, esta prueba ideada por el médico griego Georgios Papanicolau, que ha salvado la vida de cientos de millones de madres en todo el planeta, marcó un hito en la lucha contra ésta enfermedad y es un modelo epidemiológico en lo que a medicina preventiva se refiere. La larga evolución de la enfermedad que nos ocupa, establece una ventana amplia de tiempo para su detección, ya que los cambios celulares van casi con las décadas de la vida, esto es:
- Primera infección por el virus hacia la adolescencia.
- En las pacientes susceptibles (Menos del 10 %), aparición de los primeros cambios citológicos (CIN I) hacia la década de los 20 a 30 años. (Sólo 8 % de éstas progresarán a la siguiente etapa)
- En las pacientes susceptibles (alrededor de un 30 % de las anteriores) aparición de cambios de CIN II – CIN III hacia los 30 a 40 años, ( Un 35 a 40 % progresarán a la siguiente etapa).
- En las pacientes susceptibles (alrededor del 40 % de las anteriores) progresarán a un cáncer invasor.
El término CIN establece las siglas en inglés de la neoplasia intraepitelial cervical, en cristiano, son lesiones que en ocasiones como hemos visto, pueden preceder al cáncer en un período de lustros a décadas, por lo que, insisto, nos dan una ventana de tiempo amplia, para detectar y tratar precozmente ésta enfermedad.
El éxito de las campañas de pesquisas que se basan en la citología de papanicolau, está en que nos permite establecer cuáles de las personas que han sido expuestas al virus, desarrollan cambios en las células y que son las que deben ser seguidas y tratadas, de allí que la tipificación del virus en las campañas de cribado esté indicada sólo en los resultados de citología dudosa, para establecer una posible relación de causalidad y descartar que ésos cambios inespecíficos observados en la prueba, sean debidos a un tipo virus con capacidad oncogenética y establecer un seguimiento adecuado en cada caso en particular.
Como en más del 90 % de los casos la infección por el virus no ocasiona ninguna consecuencia ulterior, no estaría indicado hacer la tipificación del virus en el caso de que la citología sea normal, salvo en algún caso específico que considere un profesional de su confianza.
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