
Soy médico, no economista, pero el ejercicio de mi profesión en diversos sitios niveles de la escala social, y en diversas instituciones desde el tercer mundo hasta el primero, desde una medicatura rural en un pueblo donde junto al cura y la autoridad civil me correspondió asumir cierto liderazgo local; luego desde mi formación en lo que ahora llaman «troncalidad» en hospitales universitarios, luego en un hospital de tercer nivel donde hice mi formación de especialista. Luego en mi ejercicio público y privado, docente y asistencial en mi país de origen. Y luego en mi exilio autoinflingido, primero como médico general en el área rural de Salamanca mientras hacía doctorado y luego como especialista en un municipio de la costa del Maresme de Catalunya, España, me ha puesto en contacto con muchas y diversas realidades sociales y microeconómicas.
Viví el apogeo y caída de la social democracia en un país rico, como Venezuela, donde sus líderes no estaban mal encaminados, en el modelo que ya era progresista en los 70, en el mundo. Fui testigo de evolución en mejoras en educación, y salud vistas como inversión que se proyectaron en bienestar y en una clase media crítica y fuerte de profesionales con sólida formación en Universidades con siglos de historia que supieron adaptarse a los tiempo de cambios.
Viví la decadencia de un estado débil ante las fuerzas del mercado, la codicia se fue apoderando de instituciones, el dinero fácil del petróleo que trajo bienestar gratuito, sin esfuerzo, que no supimos valorar y que la sociedad acabó despreciando. «Dale a la soberbia galletas y se enfadará por que no les das, además leche, en vez de agradecer las galletas».
Creo que fue un poco los que nos pasó como sociedad, el sentir que nos merecemos más y la falta de moralidad de los líderes ante un estado débil que cayó en manos de las corporaciones, por que pareciera que el capitalismo para funcionar bien requiere de una infraestructura sólida de democracia, que le brinde cierta seguridad y ciertas reglas que permitan la transparencia, cosa que no sucede en estados débiles que terminan cediendo ante corporaciones, que compran parcelas de explotación a expensas de sus pobladores.
Peor si los que hacen uso de éstas prebendas son las clases políticas dirigentes que es lo ha ocurrido en el socialismo, se utiliza como excusa para crear una nueva clase dirigente, que desplaza a las corporaciones y luego las utiliza en propio beneficio.
Pareciera que «la mayoría» como llamaban los aristócratas griegos al pueblo, siempre tiene las de perder. En el capitalismo ante el apetito desmedido de las corporaciones y en el socialismo ante el apetito desmedido del estado. Los profesionales en el medio luego de años de esfuerzo y formación, no son suficientemente valorados.
Por tanto diera la impresión de que lo rentable en los tiempos que vivimos es dedicarse a la política, pero sin principios, vamos a la politiquería, al menos es lo que nuestras sociedades premian con bienestar económico, pronto ante el secuestro de lo poderes por una clase sin valores, no existirán motivos por los cuales un político no debería robar, puesto que las posibilidad de que su acción en detrimento de los intereses colectivos quede impune es muy alta.
El llamado es a la participación, los vacíos que dejamos por no querer «mojarnos» en política pueden ser llenados por otros que tienen intereses personales en juego y que seguramente podrían tratar de aprovecharse, sobre todo si tienen la certeza de que saldrán impunes.
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