Volver al país es regresar al absurdo, un reencuentro con el disparate. La falsedad es patrimonio nacional y sus armas preferidas son las palabras. El ilegitimo viste el disfraz del difunto y por supuesto le queda grande, se desborda en su propia ineficiencia, no domina ni controla nada, aunque haga intentos por demostrar algo. La realidad es que esta revolución no tiene nada de cívica y sí mucho de militar, tiene todo menos la probidad del sentido común y la bondad sincera de los actos. Mientras pierde suelo político, se acomodan los verdaderos actores, se instaló ya un estado militar supraconstitucional con atribuciones y funciones ad hoc, para decidir por vía de la imposición, sin discusión ni dialogo, muy al estilo militar que solo entiende de órdenes y subordinación. El país entero padece los rigores del estado/gobierno ineficiente y mal sano, desabastecimiento, inflación, controles que generan más corrupción, hospitales inservibles, un sistema educativo que adoctrina y no instruye, culto excesivo a la figura y personalidad del líder eterno y sus hazañas de fábula, un despilfarro de recursos en propaganda que perjudica a todos. Los que aún tienen acceso al festín raspan presurosos las sobras dejadas. Las calamidades pasan por la maldición del petróleo y la autoestima exagerada del Venezolano que le impide por un lado saberse empobrecido y por el otro reconocer todo lo que pasa. Parafraseando a Nietzsche, hay políticos que nacen póstumos, que quieren dividir a la sociedad en dos clases, instrumentos y enemigos, que exigen fe ciega, para creer en él e ignorar verdades, son políticos malos.
Jesús Zurita Peralta. CI: 6.625.245
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